Experiencia vivida del colaboratorio “Saberes, sabores y sanación: Reconectando con nuestra alimentación como acto cultural y de resistencia”
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24 junio 2025
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Por Georgina Alethia Sánchez Reyes
Georgina A. Sánchez-Reyes (CIATEJ), Laura Sánchez-Vega (INECOL) y Carla Ortega-González (TEST)
En el hervor de las ollas, el calor de la estufa, el olor de la cebolla y lo dulce del atole de pinole, mujeres, hombres e infancias nos reunimos para aprender, intercambiar y alimentarnos juntos y juntas. Los días 7 y 8 de junio en el Tecnológico de Estudios Superiores de Tianguistengo (TEST), llevamos a cabo el encuentro presencial del Colaboratorio “Saberes, sabores y sanación: Reconectando con nuestra alimentación como acto cultural y de resistencia”, como parte de las actividades de la Especialidad Nacional en Bienestar Comunitario en Agroecologías y Soberanías Alimentarias (ENBC-ASA). Entre el bullicio alegre de voces que compartían secretos ancestrales, el Colaboratorio se convirtió en un verdadero crisol de sabidurías populares. Más allá de los fogones donde se preparaban platillos tradicionales, el espacio se transformó en un laboratorio vivo de autonomía comunitaria, donde cada taller fue una semilla de soberanía.
En el taller de jabones artesanales, las manos se ungían de creatividad mientras mezclaban aceites y esencias, descubriendo cómo la autogestión puede nacer hasta de los residuos cotidianos. Las pomadas y los shampoos de hierbas medicinales nos enseñaron que el cuidado del cuerpo también puede brotar de los saberes de la tierra. La elaboración de quesos se convirtió en una lección magistral sobre microbiología doméstica, donde cultivos vivos y paciencia se transformaban en alimentos llenos de identidad. Los licores tradicionales revelaron cómo los frutos pueden capturar toda la esencia de un territorio. Mientras tanto, el taller de cacahuates garapiñados endulzaba no solo paladares sino también conciencias, mostrando cómo la economía local puede florecer en pequeñas empresas familiares.
Los dulces típicos tejieron historias de generaciones, donde cada receta era un código cifrado de memoria afectiva que nos llevó a recuerdos asombrosos; y el pinole, ese polvo sagrado de maíz tostado, nos recordó que los alimentos más humildes y simples pueden ser los más nutritivos, tanto para el cuerpo como para el alma.
Las manos volvieron a tocar la masa como gesto de resistencia y continuidad al preparar las tortillas y quesadillas que nos alimentaron ese día. Las gorditas de maíz quebrado, las ancas de rana, el pozole, los quelites, la carne molida de res con nopales, la carne de puerco con chile morita, la sopa de setas, las quesadillas, y nopales, etc., hablaron de la abundancia y la riqueza alimenticia que poseemos en las distintas geografías de nuestro México. Los panes horneados perfumaron el ambiente con ese aroma cálido. Los atoles nos envolvieron en la magia ancestral. Con las proteínas de leguminosas, redescubrimos el poder nutritivo y sustentable de estos alimentos.
Dialogamos sobre la alimentación de recolecta en el semidesierto de Querétaro (https://www.facebook.com/PGarambullo) y cerramos con un momento de exploración y resignificación de la palabra (oral o escrita) con la experiencia sensorial, los sabores la memoria y los afectos como una forma de compartir la comida, los saberes y las cargas afectivas y de memoria que representan los sabores y la combinación de éstos (https://www.facebook.com/itzel.enciso/videos/1229080095416145).
Nos quedaron las manos impregnadas de aromas que cuentan historias, el corazón lleno de nuevas complicidades, la certeza de que cada saber compartido es un acto político y la convicción de que la verdadera innovación está en rescatar lo esencial. Este encuentro demostró que cuando el conocimiento circula como un regalo y no como mercancía, se convierte en medicina para el tejido social. Fue una experiencia profundamente emotiva y transformadora. Con cada momento compartido de las ollas, el aroma de los ingredientes locales y el entusiasmo de la comunidad, creamos un espacio de confianza y aprendizaje. Nos sentimos conmovidas y conmovidos por la generosidad de quienes compartieron sus saberes, inspirados por las historias de resistencia alimentaria y fortalecidos por la convicción de que la agroecología es un camino colectivo. Fue un recordatorio de que la comida no solo nutre el cuerpo, sino también los lazos sociales y la identidad cultural.
La colaboración entre el TEST, el INECOL, el CIATEJ y las comunidades participantes puso de manifiesto la potencia de esta vinculación, y evidenció que el conocimiento se multiplica cuando se comparte. La integración de académicos, estudiantes y productos locales en talleres prácticos permitió un aprendizaje horizontal y enriquecido por múltiples perspectivas. Cocinar juntas y juntos en las instalaciones del TEST no solo simbolizó un acto colectivo, sino una muestra concreta de cómo los espacios educativos pueden convertirse en territorios vivos de acción y resistencia por la soberanía alimentaria. Esta articulación interinstitucional no fue solo un encuentro, sino el germen de futuros proyectos colaborativos donde la agroecología y el bienestar comunitario se construirán desde la práctica, el diálogo de saberes y la co-creación. Esa es, sin duda, la fuerza transformadora de este tipo de alianzas.
Desde la cocina, la tierra y la palabra, la agroecología nos recuerda que resistir también es cuidar, alimentar y construir comunidad.
Agradecemos a las y los estudiantes de la ENBC-ASA, las COAS y la familia por su asistencia y participación: Ross, Celeste, Lu, Karem, Sonia, Mariana, Brenda, Remedios, Alfredo, Griseli, Carlos, Deisy, Alma, Ricardo, Stephany, Vanessa, Socorro, Cristina, Raquel, Rosa, Erika, Lupita, Belén, Ceci, Esbeydi, Iván, Hanna, Yoalli, Valeria, Katya, Phabber, Alí. Así como a las y los talleristas: Carla, Felipe, Vero, Berenice, Laura, Melanie, Luisa, Litzi, Pedro, Jairo, Mariana, Felipa, Adela, Araceli e Itzel y al TEST por las instalaciones en donde se llevó a cabo el encuentro.
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